viernes, 12 de diciembre de 2008

Palabras de anoche(*)

Después de escuchar a César Lévano y a Pedro Salinas, lo mejor sería que hiciera lo que a Hugo Chávez no le dio la gana de hacer ante la exigencia borbónica del rey Juan Carlos. Pero los organizadores de esta presentación me demandarán si no digo algo.
Así que empezaré diciendo que agradezco a Tierra Nueva Editores, una editorial loretana, haber recordado que existía un libro llamado “Cambio de Palabras”, un libro agotado al punto de circular en fotocopias, un libro de entrevistas que hoy conoce esta segunda y aumentada edición, la que incorpora entrevistas que debieron de estar en la primera versión y alguna que otra realizada después de esa primera publicación.
Entre las novedades de esta edición están las entrevistas a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Manuel Scorza y Javier Valle Riestra. Y los editores han incluido, por su cuenta y riesgo, una entrevista que me hiciera Reynaldo Naranjo para sus “Talleres de Comunicación”, una entrevista que tomó la forma de un monólogo predicador al que Naranjo y José María Salcedo titularon, a mis espaldas, “El estilo Hildebrandt”, sea lo que fuere lo que esa frase quiera decir.
Ahora, déjenme decir algo sobre las entrevistas, que es el tema que nos reúne esta noche.
La entrevista consiste en hacer que el otro diga lo que no debió decir.
O en hacer que recuerde lo que no está dispuesto a recordar por placer.
O en empujar al otro a una respuesta que contradiga una tesis anterior sostenida por la víctima en una revista que tuvimos que rebuscar.
De tal modo que la entrevista es, como habrán visto, un pariente pobre del sadismo, un sustituto pálido del poder y un premio consuelo de la autoridad.
Algo o mucho debo de tener, por lo tanto, de sádico, de amante del poder y de autoritario. Y si los que me quieren no me creen, pregúntenle a quienes no me quieren y ya verán.
Y, sin embargo, las entrevistas que más me gustó hacer fueron aquellas que hice con el fervor de un cómplice. Es decir, aquellas donde nada tuve de sádico ni de amante del poder ni de autoritario.
Y veo que, de alguna manera, todas esas entrevistas entrañables tuvieron que ver con la literatura, el viejo amor al que le puse cuernos desde el primer día en que pisé una redacción.
Cuando era un lector maniaco, cuando era un adolescente maniaco leyendo diez horas diarias, siempre me soñé escribiendo en un garaje lleno de gatos y puchos de cigarrillo.
La vida me quiso, más bien, en una casa sin gatos pero con perros y con los puchos de cigarrillo de Rebeca. Porque es cierto que el hombre propone y los puchos son los que disponen.
Esas entrevistas beligerantes se cotizaron siempre más alto que las amables. Pero yo, en secreto, prefería las amables.
Y las prefería porque en ellas no se perseguía encontrar la verdad, ni descifrar un pasado, ni mapear el zigzag de una vida ni bucear en la historia de un partido o de una época.
En ellas no se perseguía nada sino que lo que se quería era tocar a dúo alguna improvisación, tocar al alimón alguna melodía que el tiempo haría irrepetible.
Con Juan Gonzalo Rose, el adagio más ronco; con Borges, el allegro de su cinismo; con Bryce, alguna opereta de Offenbach.
En esta edición depurada han sido suprimidas algunas entrevistas duplicadas y otras a las que los años habían cubierto de maleza.
Quedan, pues, en lo que a política se refiere, los testimonios de quienes encarnaron y encauzaron la política peruana del siglo XX.
Allí está Haya de la Torre, de quien recuerdo su casa mucho más pobre que rica, su persistencia en el error, sus brillos de interlocutor impaciente, y sus perros chuscos (sin alusiones contemporáneas) al cuidado de Jorge Idiáquez.
Allí está don Jorge del Prado, a quien jamás pude imaginar juvenil y desde cuya voz cascada salían eslóganes y grandiosos mitos que a mí me sonaban a juicios de Moscú.
Allí está Fernando Belaunde Terry, quien jamás me volvió a hablar después de esa entrevista, que consideró insolente e impropia.
Pero están también el entrañable y dignísimo Andrés Townsend Ezcurra, Héctor Cornejo Chávez, Pedro Beltrán Espantoso, Armando Villanueva, Hugo Blanco, Luis Alberto Sánchez, Pablo Macera, Luis Bedoya Reyes, Enrique Chirinos Soto, Julio Cotler, Leonidas Rodríguez Figueroa o Alfonso Barrantes Lingán.
También está en estas páginas, retratado para la posteridad que tanto amó, don Luis Miró Quesada de la Guerra, el fundador de “El Comercio” moderno y el hombre que guió al periódico a luchar en contra de la International Petroleum Company -sucesora de la Standard Oil Company, propiedad de los Rockefeller-, y a enfrentarse a la derecha fisiocrática que encarnaban “La Prensa” y sus mentores.
Después de leer esta lista de personajes entrevistados, nadie puede negar que lo que aquí se presenta es más que un libro. “Cambio de Palabras, segunda edición”, es, casi en su totalidad, un cementerio, un panteón de próceres, una sesión de espiritismo.
Es una lástima que estos muertos ilustres hayan muerto de modo tan intestado. De la izquierda de Barrantes, que estuvo a punto de llegar al poder, quedan sólo deberes que cumplir (y que espero que nadie quiera cumplir hasta el último cartucho).
De don Fernando Belaunde quedó una sigla, un hijo liberal, varios sobrinos, pero ningún partido. De ese prodigio de parlamentario y polemista que fue Héctor Cornejo Chávez sólo queda el reconocimiento perecedero de quienes lo escucharon. Y no quiero decir qué ha quedado de don Pablo Macera porque de eso se encargarán los años y ojalá que la compasión.
De los entrevistados en este libro-mausoleo, el único muerto intestado que dejó un partido y varias ferocidades en disputa, fue Haya de la Torre. Hoy, tras la muerte o la jubilación de los primeros combatientes, el albacea de Haya ha vendido las joyas de la abuela, la caja de laca japonesa, lo poco de antiimperialismo que quedaba, Collique y el Pentagonito, y gobierna con los hijos y nietos de quienes acusaron a su líder de narcotraficante y terrorista.
Alguien puede preguntarse por qué no hay una entrevista al doctor Alan García en este libro.
La respuesta es sencilla: porque el doctor García sólo concede entrevistas a quienes invita a Palacio para tomar el té.
Además, hay razones de otra índole. Los discursos del doctor García son tan variados y encontrados, tan contradictorios y simultáneos, que hacerle una entrevista sería una hazaña comparable a la de tirarle un dardo inmovilizador a un puma en acción.
Porque, ¿a qué García entrevistaría un periodista independiente que no fuese a Palacio a recordarle lo buenmozo e inteligente que es?
¿Entrevistaría al García proletario, al García-amigo-de-Pepe-Graña, al García de la CADE o al anpitucos, al que no cree en el Estado o al que inyecta diez mil millones de soles estatales en la economía, al García electoral del cambio o al García cambiado de la Presidencia?
De modo que este libro no ha incluido una entrevista al doctor García. Están, más bien, todos los que pueden explicar el porqué estamos como estamos y el porqué estos lodos vienen de esas polvaredas.
Por último, quiero referirme al silencio con el que este libro ha sido y será recibido. Con excepción de la revista “Caretas”, donde nacieron estas entrevistas, y de “La Primera”, que dirige don César Lévano –un especialista en el Mariátegui que todos apreciamos-, todas las demás coleguerías se han callado y habrán de callarse.
Quiero decir, con toda honestidad, que a lo largo de estos años he hecho todo lo posible por ganarme esos silencios.
Es más: soy autor de ese silencio. He construido a pulso ese silencio. Y, de algún modo, me enorgullece ese silencio que siento más estruendoso y más reconfortante que cualquier aplauso.

Muchas gracias.

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(*)Palabras dichas anoche en la presentación de la segunda edición, corregida y aumentada, de “Cambio de Palabras”. Los comentarios estuvieron a cargo de César Lévano, cuya generosidad intelectual jamás podré agradecer debidamente, y de Pedro Salinas, uno de los pocos periodistas y escritores que admiten que la amistad y el mutuo respeto pueden sobrevivir a las diferencias.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

En el arte de la entrevista, por ejemplo, la implicación en el personaje es casi todo. El entrevistador es un buscador de oro sumergido en el río que recorre el corazón y la cabeza del entrevistado. El entrevistado suele tener oro, aunque no siempre esté a la vista, y no siempre sabe mostrarlo. El entrevistado, además, no siempre es buen orador.Encontrar el oro o no es éxito o fracaso del periodista. Los buenos periodistas encuentran ese oro, los juntaletras se lo inventan.



Por todas estas viejas reglas aún hay quien se empeña en recordar que el periodismo es una vocación. Hay que servir y hay que admirar la búsqueda de la verdad, la investigación, el trabajo y la literatura. Es, en fin, una vocación rara y una profesión sorprendente, a la que casi ninguna se llega a propósito.

Aquiles Martin dijo...

Y debe ser uno de esos libros q nos enseñan mucho más a los alumnitos de periodismo que cualquier cursillo mediocre.
Lo espero con ansias en la 4ta Feria del Libro en Trujillo.
Saludos

Anónimo dijo...

¿Aldito comenta o se quiere lucir?
Despues de las palabras de Hildebrandt deberia guardar respetuoso silencio

Anónimo dijo...

Amigos, los invito a votar en la encuesta presidencial 2011 en la web:

http://cesarv.wetpaint.com/

Nunca he sido encuestado en las calles. Por eso la idea de abrir esta encuesta para todos.
Esta encuesta recién ha comenzado.

Anónimo dijo...

Héctor Cornejo Chavez vive; por si acaso.

Anónimo dijo...

"Mañana 15 de noviembre del 2008, llega a la cima jubilar de los 90 años, uno de los arequipeños más ilustres del siglo XX y de los años que corren del XXI. Tirios y troyanos convienen en que Héctor Cornejo Chávez es un brillante maestro del derecho (acaso la labor que más le gusta) un político discutido y polémico como todos, un hombre que ha encendido por eso mismo, pasiones encontradas, un parlamentario extraordinario y un polemista de fuste. Fundador de la Democracia Cristiana, la larga vida que Cornejo tiene ha estado generalmente codeada con el éxito (quizá en política no tanto) pero al menos quien escribe esta columna lo ha puesto entre los hombres más lúcidos, más inteligentes y HONESTOS que debieron haberse convertido en inquilinos de Palacio de Gobierno.

Padre del Derecho de Familia en el Perú y uno de los tratadistas más brillantes del planeta en esta materia del derecho, don Héctor hoy alejado por completo de la vida pública, fue alguna vez consultor del Vaticano y tanto la cátedra universitaria cuanto el escaño parlamentario han sabido de sus dotes de maestro, de orador y de arequipeño de estirpe.

Cuenta Luis Eduardo Podestá, en magnífico artículo de la vida de Cornejo, que participó en la Revolución del 50 en Arequipa y que 5 años más tarde fundó la Democracia Cristiana. Fue secretario de Francisco Mostajo en aquella gesta revolucionaria.

Alumno y profesor del colegio San Francisco de Arequipa, y luego de la Universidad del gran Padre San Agustín, Cornejo Chávez congrega en su regia personalidad, una serie de virtudes, entre las cuales los abogados le reconocen una lógica jurídica virtualmente invencible, siendo por eso mismo y análogamente un polemista al que nadie quisiera enfrentar (o sino pregúntenselo a Luis Bedoya Reyes).

La Asamblea Constituyente de 1979 que le permitió conocer y hacer cálida amistad con Víctor Raúl Haya de la Torre, lo confirmó como un hombre de brillantes y sensibles ideas en busca de la justicia social, que con pedagógica y académica virtud, explica en su obra: La Democracia Cristiana Responde.

Casado con la dama Favetta Fava (ya fallecida) es padre de María Teresa, Cecilia y Héctor Enrique; y es hijo de Héctor Cornejo Gilt y Laura Chávez Quesada de Cornejo; es el segundo de 12 hermanos, entre ellos Alfredo Cornejo Chávez, otro arequipeño ilustre.

Don Héctor ha tenido la satisfacción, a decir del mismo Podestá, de ver en el 50 una revolución que enarboló sus banderas y trató de convertir en definiciones nacionales lo que su partido diseñó en teoría y en doctrina.

Para los arequipeños es un símbolo que buscó afanosamente la grandeza de la patria, pero asimismo el bienestar de los pobres con quienes siempre estuvo identificado. Hoy, en vísperas de su 90 natalicio, lo que más se le valora es una HONESTIDAD, que en nuestros días pareciera cosa rara porque a quien la practica como la ha practicado Cornejo a lo largo de su vida, se le considera sencillamente un tonto.

En el invierno de su existencia, es difícil imaginar una vida dinámica y constante. Más bien el reposo y la serenidad emocional tienen que ser el premio a este hombre, que en sus ratos libres ofició de carpintero pues, a decir de los suyos, fue su entretenimiento favorito. Ahora, una salud integral no es precisamente su mejor compañera.

Diputado por Arequipa, senador por Lima, constituyente por el Perú, nada lo convirtió en un hombre pretencioso, sino más bien todo lo contrario, y jamás dejó de reconocer que había nacido para la docencia, y yo le agregaría para la decencia.

Hasta para los más acérrimos rivales políticos que ha tenido, Cornejo es el más brillante parlamentario que ha dado Arequipa y de los mejores en la historia del Perú.

Cuenta ese gran periodista mollendino Bernardino Rodríguez Carpio, que en la Asamblea Constituyente del 79, Haya de la Torre, ya avanzada la noche, y agobiado por los inicios de un cáncer, preguntaba al secretario Jorge Lozada: ¿Quiénes han pedido la palabra? Lozada le daba la lista. Dale la palabra a Cornejo que quiero escucharlo antes de irme a dormir y pon silencio en la sala.

De mí, he de decir que guardo como un tesoro una cálida carta que me escribió desde Lima el 19 de Junio de 1988, agradeciendo un artículo que le dediqué en mi columna de entonces Según Ley y que sus hermanos le hicieron llegar.

Ojalá el Altísimo le depare muchos años más a la espera que la gratitud de Arequipa perennice su nombre y cuánto quisiéramos disfrutar pronto leyendo sus memorias. Salud y vida doctor, perdón, Maestro Héctor Cornejo Chávez."


Ref.-
Diario "Correo 14-11-2008

Anónimo dijo...

HURDASEGBJUT = belen es la mejor n_n